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Las Dimensiones de la Adoración

En este artículo, me propongo proporcionar los elementos básicos que nos conduzcan a una auténtica adoración, a fin de que esta sea expresada en una vida de obediencia y de servicio a Dios. Desde que el ser humano está en la tierra, adora. Génesis 4:26 nos comparte que, después de la terrible tragedia familiar, en la que Caín asesina a su hermano Abel porque Dios se agradó de la ofrenda de su hermano y miró con desagrado la suya, “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová.” (Génesis 4:26b) RV60).

Palabras clave

Adoración. Obediencia.

Introducción

Después de la caída del ser humano de la gracia de Dios por causa de su pecado de desobediencia, el ser humano ha adorado elementos naturales como el sol, la luna, las montañas, los árboles, el agua. También empezó a adorar fenómenos naturales como la lluvia, el fuego y el viento. Ha adorado hasta animales, reptiles, aves e insectos. Así surgió el politeísmo, en contraste con el monoteísmo bíblico.

La adoración es una experiencia que abarca la naturaleza humana total. Definamos. Richard J. Foster, define la adoración cristiana como: “experimentar la realidad, tocar la vida. Es conocer, sentir, experimentar a Cristo resucitado, en medio de la comunidad congregada. Es una penetración en la gloria (Shekinah) de Dios; aún mejor, es ser invadido por esa gloria de Dios.”1

Analicemos las distintas dimensiones de la adoración al Dios verdadero:

1. La dimensión personal.

En primera instancia la adoración se da en un plano personal. Es la respuesta humana a la iniciativa divina. Es nuestra respuesta a las manifestaciones de amor de nuestro Padre Celestial.

Adoramos a Dios por lo que significa para nosotros, por razón de lo que es y por lo que hace en favor de cada uno de sus hijos. Respondemos individualmente a su amor, a su bondad, a su misericordia y a su justicia.

La adoración constituye un elemento dinámico de la experiencia religiosa y es una parte vital y necesario de nuestro desarrollo espiritual. Por medio de la adoración y la alabanza nos relacionamos con Dios. Es, por tanto, una experiencia principalmente del sentimiento, ya que consiste en despertar, unificar y cultivar actitudes, sentimientos y propósitos tendientes a identificarnos con la voluntad y los planes de Dios (1 Samuel 1:9-10, 15, 27:  2 Reyes 4:3; 2 Crónicas 33:12-13; Isaías 26:20; Mateo 6:5.8).

2. La dimensión social o colectiva

Cuando más de dos personas nos ponemos de acuerdo en cuanto a adorar a Dios, la experiencia entra a una dimensión colectiva, se vuelve una experiencia social, comunitaria. Bruce Leafblad dice: “Adoración es comunión con Dios, en la cual los creyentes por gracia centran la atención de sus mentes y el afecto de sus corazones en el Señor Jesucristo mismo, glorificando humildemente a Dios en respuesta a su grandeza y a su palabra.”2

El culto cristiano no brota originalmente de una teología realizada por eruditos, sino del encuentro de Dios con el pueblo, su pueblo, en el que actúa su Palabra y los Sacramentos por medio del Espíritu Santo. Es un hecho social, fruto de la fe y de la obediencia.

En la comunidad cristiana de la iglesia primitiva, un rasgo vital era que estaban “unánimes juntos” (Hechos 2: 1ss), en la adoración. Se reunían en el sentido de que realmente se encontraban como un grupo, pero al estar unidos llegaban a tener una unidad espiritual que trascendía el individualismo.

Así como no se puede concebir un cuerpo humano sin cabeza, tronco, pies, brazos, manos, tampoco se puede percibir a los cristianos viviendo aislados los unos de los otros. Cuando estamos reunidos en adoración, ocurren bendiciones que no pueden suceder cuando estamos solos.

Hubo en la iglesia primitiva más que una psicología de masas o de grupo. Lo que los escritores del Nuevo Testamento llamaron koinonía fue una profunda comunión, interna en el poder del Espíritu Santo y un compañerismo vital del cuerpo de Cristo, de su pueblo (2 Crónicas 30:27; Salmos 133; Mateo 18:20; Hechos 4:31).

3. La dimensión transcendente

Todo lo que hacemos al adorar en “el aquí” y “el ahora” trasciende la esfera humana, física, material y llega hasta el trono mismo de Dios, en el cielo. Por ejemplo: Predicamos en la tierra, los pecadores se convierten y hay fiesta es en los cielos, delante de los ángeles de Dios.  Oramos en la tierra y por la fe nuestras peticiones llegan a los oídos de nuestro Padre Celestial. Juan, en Apocalipsis 5:8; 8:3-4 y otros pasajes más nos comparten que, nuestras oraciones llegan a nuestro buen Dios como incienso, como un olor fragante, agradable. Cantamos en la tierra y nuestras alabanzas llegan a nuestro Señor Jesucristo que está en los cielos (1 Reyes 8:28-30, 32, 38-40; Daniel 9:3-4, 20-23; Lucas 15:7, 10; Hechos 10:4, 9-13; Apocalipsis 5:3-4, 8).

4. La dimensión terapéutica

Los elementos de la adoración tienen la virtud de traer sanidad al creyente en Cristo Jesús. Una sanidad integral: física, moral, psicológica y espiritual.

Está probado científicamente que la música, que es un vehículo para entrar en la presencia de Dios en el tiempo de adoración, tiene también cualidades para mejorar nuestra salud. De hecho, existe la musicoterapia. Lo mismo puede decirse de la oración y el ayuno, la alabanza, la meditación en la Palabra de Dios y otros medios de gracia. Abundan los testimonios de personas que han sido sanadas mientras adoraban a nuestro Padre Celestial. Y la Biblia da testimonio de la sanidad como resultado de la obediencia, la oración y adoración en el pueblo de Dios (Génesis 20:17; Éxodo 15:26; 1 Samuel 16:23; 1 Reyes 13:6; 2 Reyes 20:1-6; 2 Crónicas 30:20; Salmos 30:2; Juan 11:41-43; Santiago 5:14-15).

Thomas Kelly dijo: “Una Presencia que aviva nos penetra, rompe alguna parte especialmente privada y aislada de nuestra vida individual, y mezcla nuestro espíritu en una vida y un poder que supera lo individual. Una Presencia objetiva y dinámica nos envuelve a todos, nutre nuestra alma, nos expresa gozo indecible, consuelo y nos despierta en profundidades que antes sólo habían sido sueños”.3 Samuel Terrien dice: “La alabanza es un factor significativo que junta valores espirituales, tales como: acción de gracias, arrepentimiento, perdón de pecados, consagración.”4

5. La dimensión de temporaneidad permanente

La vida nuestra en su totalidad ha de ser, como creyentes en Cristo Jesús, una expresión permanente de adoración a Dios. Cada acto debe ser una manifestación de adoración a nuestro Padre Celestial. Nuestras actitudes y las acciones más pequeñas en nuestra vida cotidiana deben ser presentadas a Dios como expresión de nuestra adoración a Él.

William Temple nos recuerda que, “Adoración es el sometimiento de todo nuestro ser a Dios. Es tomar consciencia de su santidad. Es el sustento de la mente con su verdad. Es la belleza. Es la apertura del corazón a su amor. Es la rendición de la voluntad a sus propósitos. Y todo esto se traduce en alabanza, la más íntima emoción. El mejor remedio para el egoísmo, que es el pecado original.”5

Cabría bien preguntarnos: Si no yo, ¿Quién?, Si no aquí, ¿Dónde?, y si no hoy, ¿Cuándo?  Adoremos siempre a Dios, con todo nuestro ser y con todos los elementos disponibles a nuestro alcance. Las Escrituras hacen un llamado continuo a la adoración (Salmos 19:9; 27:4; 52:8-9; 77:1-2; 106:1; 119:164; 133; 149; 150; Mateo 26:41; Marcos 13:33; Hechos 2:1, 42; Efesios 6:18; 1 Tesalonicenses 5:17).

La adoración nos lleva por dimensiones personales, sociales, colectivas, trascendentes, terapéuticas y de una temporaneidad vigente, actual, presente. Nos conduce por sendas espirituales elevadas. Nos lleva por caminos en los que llega el momento en que el mobiliario de los templos, la estructura, los ritos, las ceremonias y muchas otras cosas pierden importancia, porque se enfatiza lo primordial: adorar a Dios.

Conclusión

Concluyo con las palabras de Robert Bailey: Adoración que no alaba y glorifica a Dios no es verdadera adoración. Adoración que no deja orar a los creyentes a Dios, no es adoración. Adoración que no proclama las buenas nuevas del evangelio de Jesucristo no es adoración, y adoración que no permite ofrendar de lo material y de uno mismo, no es una auténtica adoración. Podemos descubrir varios significados y manejarlos para dar nuestras opiniones sobre esos ingredientes básicos, pero lo que no debemos hacer es olvidarlos, con lo cual la adoración deja de ser genuina y total.6


Dr. Eduardo Duque Madrid
Oriundo de México. Con estudios de Bachillerato en Teología y en Artes del Seminario Nazareno Hispanoamericano en San Antonio, Texas. U. S. A. Maestría en Artes y Doctorado en Ministerio del Nazarene Theological Seminary en Kansas City, Missouri. U. S. A. Ha sido Pastor en la Iglesia del Nazareno desde el 20 de mayo de 1971. Profesor fundador del Seminario Nazareno Mexicano. Superintendente en los Distritos Norte y Golfo en México. Autor del libro: “100 Años de Bendición, Breve historia de la Iglesia del Nazareno en México”. Colaborador de las publicaciones de la denominación con artículos y lecciones de Escuela Dominical.

Referencias:

[1] Foster, F. (1986). Alabanza a la disciplina. Miami: Editorial Betania, p. 172

[2] Nelson, E. (2003). Que mi Pueblo Adore. Bases para la adoración cristiana. El Paso: Editorial Mundo Hispano, p. 18

[3] Ibid., p. 178

[4] Ibid., p.51

[5] Ibid., p.3

[6] Ibid., p.22

Bibliografía

Nelson, G. Eduardo. (1988). “Que mi pueblo adore. Bases para la Adoración Cristiana.” Casa Bautista de Publicaciones. El Paso, Texas. U. S. A.

Cornwall, Judson. (1976). “La alabanza que libera”. Editorial Betania. Caparra Terrace, Puerto Rico.

Spruce, James R. (1996).  “Venid adoremos. Una teología de la adoración.” Casa Nazarena de Publicaciones. Kansas City, MO.

Verheul, A.  (1967).  “Introducción a la liturgia para una teología del culto”. Editorial Herder. Barcelona, España.

Publicado enTeología Pastoral