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Tomando la Cruz

¿Cómo y para qué debemos tomarla?

(Lucas 9:23, Mateo 16:24, Marcos 8:34)

Cuando hablamos de la cruz, muchos pensaremos que la cruz es el símbolo más destacado y emblemático de la Semana Santa.  De hecho, la cruz era el destino final del ministerio de Jesús en la Tierra.  Todo lo que haría por la humanidad se concentró en ese sacrificio del Cordero Perfecto de Dios, para quitar el pecado del mundo, en esa cruz, ese altar dispuesto en lo alto del Calvario, para testimonio de salvación a toda criatura.

Palabras clave

Cruz, calvario

Introducción

En esa cruz, Cristo se constituyó en Profeta, Sacerdote y Rey.  Profeta porque se convirtió en el mensaje de amor sin decir una palabra.  Cristo fue el Verbo, por tanto, Él fue el mensaje verbal, patente y definitivo de la intención del Padre en buscar la reconciliación con sus hijos.  Sacerdote, porque en la cruz Él se convirtió en la confesión y en la paga de nuestros pecados.  Además, porque gracias a la resurrección, está en la presencia del Padre, con cuerpo glorificado, intercediendo por nosotros. Rey, porque su reinado trajo paz a los hombres para con Dios, venciendo y conquistando el pecado y la muerte.  Como Profeta, declara en sí mismo la llegada del Reino de Dios.  Como Sacerdote, paga consigo mismo el costo de la llegada del Reino de Dios.  Como Rey, establece sobre sí mismo el fundamento de la Iglesia de Dios, quienes somos hoy los representantes del Reino de Dios en la Tierra.

En el Calvario ocurren dos cosas maravillosas relacionadas con Cristo y la cruz.  Sucede que en el Calvario Cristo nos trae hasta la cruz, pero también sucede que, en ese mismo Calvario, la cruz nos trae hasta Cristo.  De alguna forma, entonces, podemos decir que la cruz es el camino que nos lleva a Cristo, y Cristo es el camino que nos lleva al Padre.  La cruz es la marca donde hayamos al Redentor, siendo el Redentor quien recibe en sí mismo la marca de la cruz.  Desde luego, aunque la cruz no salva, Cristo nos salva por la cruz.

Ahora, si bien es cierto que la entrega de Jesús por nosotros lo llevó a cargar la cruz, nuestra entrega por Jesús también nos llevará a cargar nuestra propia cruz.  Los que nos hemos entregado al Cristo de la Cruz debemos saber que también nos hemos entregado a la Cruz de Cristo.  Que hemos asumido las mismas consecuencias.  Que llevaremos nuestra propia ración de persecución, de menosprecio y de rechazo. Que también hemos sido marcados con la sangre de la cruz de Cristo.

Esa es la implicación del llamado que Jesús hace a la humanidad en Lucas 9:23.  Quien quiera seguir a Jesús debe saber que le espera en esta Tierra lo mismo que Jesús vivió.  Quien quiera seguir a Jesús debe saber que llevará consigo el mismo estigma, la misma llaga con la que Jesús fue marcado, con la que “herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados”  (Isaías 53:5 RV60). Quien quiera seguir a Jesús debe saber que también le tocará llevar una cruz.

Recuerdo una dramatización que se utilizó en la Conferencia Teológica Global 2018 para ilustrar las formas en la que nosotros llevamos la cruz.  En la misma, tres personas cargaron cada uno una silla alrededor del auditorio, evidenciando que llevar la cruz nos hará caminar de manera distinta a la que caminamos cuando no tenemos nada que llevar en las manos o los brazos.

Ciertamente, nuestro caminar por la vida cambia cuando tomamos nuestra cruz para seguir a Cristo, sin embargo, pude apreciar algo interesante en la manera particular de cada uno de ellos en llevar la silla.  Esto me hizo pensar que, al igual que ellos tuvieron una forma específica de llevar cada cual su silla, nosotros también hemos tenido una manera particular de llevar nuestra cruz para seguir a Cristo. Cada cual ha recibido un ministerio diferente, y contamos con unos dones específicos que nos permitirán cumplir con la misión, por lo que la forma en la que llevamos la cruz tiene que ver con ese propósito. En ese sentido, conviene analizar algunas de las formas, propósitos y enseñanzas de esas maneras en las que acostumbramos llevar nuestra cruz, y que eso nos sirva para crear conciencia de que nuestra forma de llevar la cruz debe estar en completo acuerdo con el propósito de Dios

1. Como soldados

En la dramatización, el primero de los marchantes llevaba la cruz agarrada por el respaldo, con el brazo completamente hacia abajo y con la silla justo al lado del cuerpo.  Al caminar, el marchante parecía llevar la cruz sin mayores dificultades.  De hecho, parecía que marchaba junto con la silla.  A nosotros nos ha de parecer que llevar la cruz como soldados sería una manera ideal de llevar la cruz.  De nosotros se dice que somos el Ejército de Dios, que somos militares consagrados a la conquista del mundo para el Señor y que combatimos “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. (Efesios 6:12 RV60). Sin embargo, llevar la cruz tiene realmente unas implicaciones menos belicosas, porque llevar la cruz no implica llevarla con actitudes de guerra, de ataque o contraataque. Como cuestión de hecho, esa actitud ha sido históricamente más contraproducente que beneficiosa.

En los tiempos de La Edad Media, los cruzados eran los militares cristianos designados por el Papa para librar las campañas bélicas a favor de restablecer el control Apostólico Romano en Europa.  Estas campañas militares fueron conocidas como Las Cruzadas. El nombre de “cruzados” se originó de la costumbre de estos militares de coser o pintar una cruz en sus ropas para identificarse con la causa.  Esta era la forma en la que ellos “tomaban su cruz” para cumplir con la misión.

Esa forma de llevar la cruz llegó también a nosotros en la colonización del Nuevo Mundo.  Desafortunadamente, la misma actitud belicosa y de opresión de los cruzados también acompañó a los colonizadores.

América recibió la cruz como una imposición.  La cruz les fue impuesta a los nativos por la fuerza.  Quienes debieron usar la cruz para proclamar a Cristo lo hicieron para oprimir, subyugar y esclavizar.  Esto creó una resistencia natural de los oprimidos en contra de la imposición de la cruz. Una resistencia tan o más fuerte que la fuerza con la que se quiso imponer la cruz. Una resistencia que perdura hasta nuestros días, cuando persistimos en imponer doctrinas de hombres que solo ha tenido el efecto de separar y apartar a la humanidad de la cruz. 

¡Debió haber sido todo lo contrario!  La cruz nos llama a Cristo; no debe alejarnos. La cruz no es una espada que corta.  La espada que corta es la Palabra de Dios (Hebreos 4:12).  La cruz es, más bien, una sombrilla que cubre.  En ella fueron cubiertos y perdonados nuestros pecados. La cruz, aunque rústica, no hirió a Jesús en ningún momento. Las heridas del Maestro vinieron de los azotes de los soldados romanos, de los clavos y de la lanza. La cruz era para acercar a los pobres, no para alejar a los nativos.

Cristo no fue un soldado, ni mucho menos un rey militar conquistador que viniera a su pueblo en un caballo blanco.  Jesús vino primero a los suyos en la figura de un tierno niño, y no en la majestuosidad de su eterna divinidad.  No vino en cuna de oro, sino en un pesebre.  No vino con una infantería, ni en una cabalgadura vistosa, sino sobre un humilde pollino.  Finalmente, no subió como conquistador a un trono de oro y piedras preciosas.  Subió a una rústica cruz a conquistar el pecado y la muerte.

Esa, entonces, no es la forma de llevar la cruz. La cruz no es un arma de guerra.  Bien dice el apóstol Pablo en 2 Corintios 10:4 que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (RV60). Muchos cristianos tienen la costumbre de utilizar la cruz como arma de condenación, mientras que Cristo la utilizó como instrumento de salvación.  Nosotros no utilizamos la cruz para rendir a la gente, sino para que la gente se rinda ante ella.

Quien lleva la cruz como soldado, en lugar de resaltarla, la desluce. Quien lleva la cruz como soldado no procura ganar las almas, sino que procura ganar esclavos, nuevos mundos y súbditos de su propio reinado.  Esa, entonces, no es la forma de llevar la cruz. 

2. Como religiosos

El segundo de los marchantes en la dramatización levantó la silla por encima de su cabeza, y con los brazos extendidos hacia arriba sostenía la misma a la vista de todos. Caminaba erguido, estirado y volteando la cabeza de un lado a otro, como asegurándose de que todos los presentes lo vieran.  Y, ciertamente, son muchos los que toman la cruz para seguir a Jesús de esta manera.

Volviendo a considerar una nota histórica, los fariseos y religiosos de la época de Jesús también solían dejar saber a todos los que los vieran que ellos eran los “escogidos” de Dios.  Jesús los identifica muy fácilmente, así como el pueblo también podía distinguirlos. Ellos eran los que demudaban su rostro para mostrar a los hombres que ayunaban (Mateo 6:16).  Ellos “hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres” y “ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos” (Mateo 23:5).  Ellos eran de los que “gustan de andar con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas, que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones”  (Lucas 20:46).

Pero ellos no son los únicos.  ¿Qué les parece éstos?

  • Los que en la Semana Santa no comen carne, porque es necesario hacer penitencia.
  • Los que prefieren los crucifijos más elaborados y los cuadros del Divino Niño, o el Divino Corazón de Jesús en sus casas.
  • Los que se persignan ante la cruz, le besan el anillo al Papa y usan un rosario en el cuello.

 Usted los conoce, ¿cierto?  Tal vez conoce a estos otros.

  • Los que se llaman a sí mismos “apóstoles”.
  • Los que caminan con escuderos, como si fueran guardaespaldas.
  • Los que viven como príncipes porque son “hijos de un Rey”.
  • Los que lucran del evangelio, de la iglesia y del engaño a los pobres en el nombre de Jesús.

Son muchos los que hoy quieren tomar la cruz como religiosos.  Son los que hoy la han convertido en un instrumento de idolatría, o como un amuleto de protección, bendición y buena suerte, en lugar de un instrumento de salvación.  También están los otros que la lucen por encima de todo lo que hacen, aunque todo lo que hacen la desluce.  Son los que no pretenden resaltar el propósito de la cruz, sino resaltarse ellos mismos. Los tales que usan así la cruz de Cristo son llamados por el Maestro: hipócritas, sepulcros blanqueados y señalados como aquellos que recibirán mayor condenación. 

Esa tampoco es la manera de tomar la cruz para seguir a Cristo.  Jesús no quiso ni que lo llamaran Maestro “bueno”(Mateo 19:16, Marcos 10:17).  Él no vino a este mundo a hacer su voluntad, sino la de Su Padre (Juan 6:38).  La cruz, entonces, no es símbolo de opulencia, sino de obediencia.  La cruz no nos exalta ante el Padre. La cruz nos humilla, y el Padre nos exalta.  Así sucedió con Cristo.  Así también debe suceder con nosotros.

3. Como siervos

El servicio es, precisamente, la característica principal del ministerio de Jesús.  Jesús “no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28 RV60).  Vino para servir, y para servirse a sí mismo por nosotros. Jesús se ofreció a sí mismo en una bandeja, sobre un altar de sacrificio, elevado en una cruz para la vista de todos. Con sus brazos extendidos, de frente a la multitud, para que no quedara duda de su amor por nosotros.

De alguna manera similar, la tercera persona que marchó en la dramatización hizo lo mismo.  Ella, una mujer, tomó la silla en sus manos, y como quien lleva una bandeja, la llevó con sus brazos extendidos hacia el frente.  En ocasiones caminaba erguida, pero en otros momentos parecía que el mismo peso de la silla la obligaba a caminar un poco inclinada, con mucho cuidado de no tropezar en el camino ni de golpear a nadie.

Esa es la forma en la que debemos tomar la cruz para seguir a Jesús. Nuestra cruz de cada día impone sobre nosotros un peso de responsabilidad que requerirá en ocasiones que nos inclinemos ante los demás en servicio y humildad.

  • No como soldados que hieren y golpean con la cruz, sino como aquellos que tienen cuidado de no lastimar al prójimo.
  • No como religiosos, quienes han creado en la cruz un estorbo que no les permite caminar libremente.  Como aquellos que han tomado la cruz como penitencia, como atadura, como si ella fuera Dios, a quien realmente debemos nuestra adoración.
  • Tampoco como aquellos que quieren lucirla como la placa de un alguacil, para que todos le teman, le respeten y le rindan pleitesía.  Como aquellos quienes, queriendo parecerse más a Cristo, cada vez más se alejan de Él, de la cruz y de su propósito.
  • Debemos tomar la cruz como siervos.  Como quienes queremos imitar a Jesús.  Imitarlo en su humildad.  Imitarlo en su obediencia al Padre.  Imitarlo en su amor por los demás.  Imitarlo como quienes le agradecemos por ser parte de la misión

Conclusión

Debemos procurar “desinfectar” la comprensión de la cruz.  En lugar de vergüenza, dolor y sufrimiento, debemos entenderla como una condición previa al poder de la resurrección y gloria del Hijo.  Debemos tener cuidado de no imponerla por la fuerza.  Usualmente, quienes resisten la cruz lo hacen con la misma fuerza con la que se les quiere imponer. Quienes resisten la cruz muchas veces lo hacen por nuestra culpa. 

Por tanto, nuestra misión es presentar la cruz como la única alternativa de transformación de la vida personal y de todos los pueblos.  Debe ser una propuesta decidida, honesta al presentar el costo que conlleva, pero cierta en su recompensa. 

Debe ser una propuesta que conduzca a una respuesta voluntaria, pero igualmente decidida, comprometida con el costo que requiere, pero gozosa en la esperanza de la recompensa.


Dr. Elvin Heredia 

Elvin Heredia es presbítero de la Iglesia del Nazareno, Distrito Este de Puerto Rico y pastor titular de la Iglesia del Nazareno del pueblo de Gurabo.  Posee un Doctorado en Filosofía (PhD.) en Teo-Terapia Familiar y Pastoral Sistémica de ECOTHEOS International University & Bible College en Puerto Rico, un grado de Maestría en Psicología y Consejería Clínica Cristiana de DOXA International University en Florida, USA, y un Bachillerato en Asesoramiento Familiar de la Escuela Graduada de Terapia y Psicología Pastoral de Puerto Rico.

Es consejero certificado en Teo-Terapia  (Nivel III) por la International Reciprocity Board of Therapeutic & Rehabilitation (I.R.B.O.), entidad reconocida por la Federación Mundial de Comunidades Terapéuticas y por la Organización de las Naciones Unidas.  Es profesor asociado del Seminario Nazareno de Las Américas (SENDAS) en San José, Costa Rica para la Maestría en Ciencias de la Religión con mención en Orientación de la Familia, para el Bachillerato en Teología Pastoral, para la Licenciatura en Administración de Recursos Eclesiásticos con Énfasis en Pastoral (LARE)  y para el Bachillerato en Pastoral Juvenil.  Ha dictado conferencias y talleres para matrimonios en Puerto Rico, Centro América y los Estados Unidos.  Es el autor de la colección de libros TEOLOSIS.

Publicado enTeología Pastoral