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EL FRUTO DE LA JUSTICIA ES LA PAZ

Isaías 65:15b-25; 10:13-11:9

A muchos les cuesta reconocer que la paz, como dadiva divina, tiene que pasar por la justicia, y esta es responsabilidad nuestra. No hay manera de echar esa carga sobre otros que no sean los seres humanos. Dios nos regala el don de la paz, pero tenemos que asegurarla con nuestras acciones de justicia, pues eso es lo que nos demanda. Justicia y paz son tareas humanas, pero no pueden hacerse realidad si Dios no está presente en esa acción. La Biblia, obra divino-humana, nos recuerda que solo en la conjugación de esfuerzos divino-humanos se puede lograr una sociedad donde justicia y paz reinen. Los profetas así lo constatan, e Isaías parece ser el campeón de ese tema.

Palabras clave

Paz, justicia

Introducción

En el Salmo 82 se afirma que Dios, en un acto de valor divino, se levanta en la asamblea de los dioses y los condena a muerte por su incapacidad de crear y mantener la justicia en la esfera humana. El salmo termina afirmando que solo Yavé puede asegurar la justicia.

Con los dioses «muertos», el Señor hace de los seres humanos los únicos responsables ante Él de la justicia en este mundo. No hay dios, ni ángel, ni diablo, ni ningún otro ser en este u otro mundo, que sea responsable ante Dios de que se les haga justicia al pobre, al huérfano y a la viuda.

Con esta acción Dios libera al ser humano de toda estructura o modelo de vida y sociedad decidido en el mundo de los dioses. Mateo 25.34-40, en el contexto del juicio final, señala cómo Jesucristo dará la bienvenida en el Reino del Padre a los que actuaron de acuerdo a su voluntad: aquellos que socorrieron, en diferentes circunstancias de penurias, a los vulnerables, a los necesitados. Así es, somos los seres humanos los responsables de que la justicia y 1a paz reinen en este mundo.

Justicia y paz son tareas humanas, pero no pueden hacerse realidad si Dios no está presente en esa acción. La Biblia, obra divino-humana, nos recuerda que solo en la conjugación de esfuerzos divino-humanos se puede lograr una sociedad donde justicia y paz reinen. Los profetas así lo constatan, e Isaías parece ser el campeón de ese tema. Veamos dos textos de ese 1ibro profético:

Isaías 65.15b-25 (DHH)

Pero a mis siervos les cambiaré de nombre.
16 Cualquiera que en el país pida una bendición,
la pedirá al Dios fiel;
y cualquiera que en el país haga un juramento,
jurara por el Dios fiel.
Las aflicciones anteriores han quedado olvidadas,
han desaparecido de mi vista.
17 “Miren, yo voy a crear
un cielo nuevo y una tierra nueva».
Lo pasado quedará olvidado,
nadie se volverá a acordar de ello.
18 Llénense de gozo y alegría para siempre
Por lo que voy a crear,
porque voy a crear una Jerusalén feliz
y un pueblo contento que viva en ella.
19 Yo mismo me alegraré por Jerusalén
y sentiré gozo por mi pueblo.
En ella no se volverá a oír llanto
ni gritos de angustia.
20 Allí no habrá niños que mueran a los pocos días,
ni ancianos que no completen su vida.
Morir a los cien años será morir joven,
y no llegar a los cien años será una maldición.
21 La gente construirá casas y vivirá en ellas,
sembrará viñedos y comerá sus uvas.
22 No sucederá que uno construya y otro viva allí,
o que uno siembre y otro se aproveche.
Mi pueblo tendrá una vida larga, como la de un árbol;
mis elegidos disfrutaran del trabajo de sus manos.
23 No trabajarán en vano
ni tendrán hijos que mueran antes de tiempo,
porque ellos son descendientes
de los que el Señor ha bendecido,
y lo mismo serán sus descendientes.
24 Antes que ellos me llamen,
yo les responderé;
antes que terminen de hablar,
yo los escucharé.
25 El lobo y el cordero comerán juntos,
el león comerá pasto, como el buey,
y la serpiente se alimentará de tierra.
En todo mi monte santo
no habrá quien haga ningún daño.”
 

Este primer pasaje presenta una visión de lo que Dios quiere para este mundo. Es el proyecto divino para la sociedad; el nuevo éxodo con sus resultados de justicia y paz, tal como ya nos lo ha pintado el libro de Deuteronomio (Véase, por ejemplo, 6.10-13; 7.12-15; 8.7-18). Se ofrece como el reverso de una sociedad donde existen las muertes prematuras, el sudor innecesario y el trabajo injusto. Ese mundo marcado por el pecado, y que tan patéticamente describen Génesis 3.19 “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás”, NBJ y Salmo 90.3 “Haces que el hombre vuelva al polvo cuando dices: “vuelvan al polvo, seres humanos”, DHH).

El profeta vislumbra una sociedad que se desarrolla totalmente bajo la dirección y protección de Dios: hay un nuevo nombre; hay un olvido total de los sufrimientos pasados; hay un espacio nuevo de vida, marcado por la alegría y el gozo. En torno a la «alegría» y el «gozo», el hebreo del versículo 18 se traduce literalmente así: «estoy creando a Jerusalén “gozo” y a su pueblo “alegría”». Las versiones han entendido esas palabras como títulos de la ciudad y del pueblo (NBJ) o como características de la ciudad y sus habitantes (DHH). La palabra hebrea bara («crear») aparece tres veces en este texto (recuérdese que en la Biblia hebrea solo Dios aparece como sujeto de este verbo), y refiere a Dios como creador de los nuevos cielos y la nueva tierra, que habrá alegría sin par entre los miembros del pueblo de Dios por lo que Él va a crear, y que creará a Jerusalén y al pueblo como espacios de total alegría y gozo. Es decir, espacios de celebración y fiesta. El versículo 19, como clímax del tema del gozo y de la alegría, indica que el modus vivendi de la nueva sociedad con Dios va a ser de celebración festiva en la cual la tristeza y el llanto no tendrán cabida. Así se cierra la primera parte del pasaje (vv. 15b-19a) que sigue una estructura concéntrica:

A – Los hijos de Dios tendrán un nuevo nombre y recibirán bendición de Dios

B – Las angustias de antaño se olvidarán, Dios ya no las verá

C – Dios creará un cielo nuevo y una tierra nueva

B’ – De lo primero no habrá memoria, ya no regresará al pensamiento

A’ – El nuevo nombre es “alegría” y “gozo”, la bendición es celebración festiva

Pero el concepto de «paz» sigue definiéndose (vv. 19b-24). Aquí se hace más explícito el motivo de la celebración festiva, la alegría y el gozo. También estos versículos se presentan en forma concéntrica:

A – No se escuchará voz de clamor

B – No habrá niño que muera de pocos días, ni viejo que no llegue a cien años

C – El niño morirá de cien años, será maldición no llegar a los cien años

C’ – Edificarán casas y vivirán en ellas, plantarán viñas y comerán de su fruto

B’ – No edificarán para que otro habite, no plantarán en vano, ni trabajaran en vano

A’ – Antes que clamen, Yavé responderá

1. Ya no habrá muertes prematuras. Los niños no mueren por desnutrición o enfermedades y los ancianos viven vidas plenas; ni sus cuerpos ni sus espíritus se marchitarán antes de tiempo. Sin duda, esta nueva sociedad estará ausente de violencia, de destrucción del medio ambiente, y del reparto injusto de los bienes que la tierra nos da.

En relación con esto, es importante citar al Salmo 90. Ese salmo que empieza afirmando que Dios es nuestro «hogar seguro», dedica toda la primera parte hablando de lo terrible que es para la vida humana el hecho de que Dios declare que nuestro destino es «convertimos en polvo» (v. 3, véase Gn. 3.19). A partir de tal declaración, toda la vida humana se define (sus mañanas, sus días, sus años) de la manera más triste, agobiada, efímera, cargada por el furor y la violencia divina (vv. 4-11); los más fuertes viven hasta los ochenta años, pero con dolor y sufrimiento. Sin embargo, a partir del versículo 12 se da un cambio abrupto y radical. En los siguientes versículos (13-17), lo primero que ocurre es la petición humana de la «conversión» (shub) de Dios, para que tengamos nueva vida, para que se revoque la declaración divina de que «nos convirtamos en polvo» a causa del pecado, es necesario que el primer convertido sea Dios: ¡Señor, conviértete a nosotros! Sólo así nuestras mañanas, nuestros días, nuestros años dejarán de ser penurias y cargas, para convertirse en tiempo de alegría y celebración festiva.

2. Ya no habrá trabajo injusto ni sudor innecesario. Hombres y mujeres saludables y vigorosos gozarán de los frutos de su labor con dignidad y seguridad. De nuevo, Deuteronomio nos habla de este tema, como parte del anhelo divino para su proyecto de sociedad. No sólo habla de la justicia que debe hacerse al jornalero (Dt 24.14-15), sino que da leyes para evitar que el patrimonio familiar se pierda para siempre por razón de pobreza (Dt 15.1-18). El año sabático, del cual nos habla este texto y sobre todo Levítico 25, llevaba consigo el reposo de la tierra y la liberación de los esclavos, con el condono de sus deudas. La intención cubre el doble aspecto que se enfatiza una y otra vez en Deuteronomio: (1) una razón religiosa -la tierra no puede venderse porque es propiedad de Dios; los israelitas no pueden vivir como esclavos para siempre, porque son siervos de Yavé que los liberó de Egipto-; (2) una razón social – todos los israelitas son hijos de la gran familia de Dios y no pueden mantener esclavos a sus propios «hermanos», ni pueden alienar sus propiedades a perpetuidad. A este segundo punto pertenece también la protección del medio ambiente. Sobre este último punto, es digno de citarse lo que dice Pedersen:

El propósito principal [de esta ley] es asegurar el descanso necesario para la tierra, si se quiere mantenerla con vida. Sin embargo, la idea aquí no es la de un descanso total en el sentido de que no se permita el crecimiento de nada… La idea es que, por un tiempo, la tierra pueda ser libre; que no sea sometida a la voluntad del ser humano, sino dejada a su propia naturaleza como una tierra de nadie. En consecuencia, los pobres y los animales del campo tienen acceso libre a ella y apropiarse de lo crece en ella.

Por ello, existen ciertas leyes que deben observarse en relación con la tierra. Su bendición debe ser cuidada, su naturaleza no puede ser violada; y, además, tierra y hombre se pertenecen, no pueden vivir separados. Si la tierra se viola, se convierte en desierto; y si los hombres pierden su bendición, corrompen la tierra y tienen que ser expulsados de ella (Lv. 20.22).1

Nuestro texto de Isaías 65, en el espíritu del Deuteronomio, es un duro golpe contra el tipo de sociedad contra la cual predicaron Elías (1 R. 21), Amós (2.6-8; 8.4-6) y Oseas (4.1-3), y que tristemente está presente en nuestra sufrida América Latina.

Nuestro pasaje (Is. 65.15a-25) termina con un cuadro del reino mesiánico que recuerda a la vida en el Paraíso. El sueño de Dios de una sociedad de justicia y paz alcanza al reino animal: no harán daño a nadie, ni a ellos se les hará daño.

Isaías 10.33-11.9 (DHH)

33 Miren, el Señor todopoderoso derriba los árboles con fuerza terrible; los más altos caen cortados,
los más elevados se vienen al suelo.
34 Con un hacha derriba lo más espeso del bosque, y los árboles más bellos del Líbano se derrumban.
De ese tronco que es Jesé, sale un retoño;
un retoño brota de sus raíces.
2 El espíritu del Señor estará continuamente sobre él,
y le dará sabiduría, inteligencia,
prudencia, fuerza,
conocimiento y temor del Señor.
3 Él no juzgará por la sola apariencia,
ni dará su sentencia fundándose en rumores. 4 Juzgará con justicia a los débiles
y defenderá los derechos de los pobres del país.
Sus palabras serán como una vara para castigar al violento,
y con el soplo de su boca hará morir al malvado
5 Siempre irá revestido de justicia y verdad.
6 Entonces el lobo y el cordero vivirán en paz,
el tigre y el cabrito descansarán juntos,
el becerro y el león crecerán uno al lado del otro,
y se dejarán guiar por un niño pequeño.
7 La vaca y la osa serán amigas,
y sus crías descansarán juntas.
El león comerá pasta, como el buey.
8 El niño podrá jugar en el hoyo de la cobra, podrá meter la mana en el nido de la víbora. 9 En todo mi monte santo
no habrá quien haga ningún daño, porque así como el agua llena el mar,
así el conocimiento del Señor llenará todo el país.

El final del pasaje anterior (Is 65.25) se une a este con el tema la paz en el reino mesiánico tal como lo pintan los versículos 6-9. De esto hablaremos en un momento. Antes, vale la pena notar el mensaje de la primera parte de este nuestro segundo texto.

Isaías 10.33-11.1 presenta el mensaje de castigo y restauración usando la figura de los árboles. 10.33-34 presenta el mensaje de juicio y castigo: Tanto la realeza como la ciudadanía de Jerusalén, los más poderosos y «grandes», serán destruidos con violencia. Es decir, los sujetos de toda opresión e injusticia en el país (los que viven protegidos en la gran ciudad amurallada) ya no existirán. Para que haya justicia y paz, el mal debe ser desarraigado. 11.1 presenta el mensaje de esperanza: Hay un árbol que retoñará, y ese retoño es el Mesías (véase Is 4.2; 6.13; 9.6; Mt 2.23).

El espíritu de este mensaje lo refleja de manera excelente el siguiente poema del poeta costarricense, Jorge Debravo:

No te ofrezco la paz, hermano hombre, 
porque la paz no es una medalla: 
la paz es una tierra esclavizada 
y tenemos que ir a liberarla. 

Yo te pido el amor y la ternura, 
el músculo, los gritos y las garras, 
la agilidad del pie, el fuego del canto, 
la hoguera del deseo y la mirada. 

Pertrechado con luz, con alegría, 
con sueños, cuerpos y almas, 
saldremos a tomar la paz a golpes 
aunque tengamos que despedazarla

Isaías 11.2-5 nos ofrece un excelente retrato del Instrumento divino para traer justicia y paz. Su ser y sus hechos están plenos de siete elementos entre los que se incluye, como primero, el espíritu de Yavé; los otros seis son: sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento y temor del Señor. Como resultado de tener esas siete fuerzas o características, el Mesías será un juez justo: castigará a los malvados y defenderá a los pobres y débiles (vv. 3-5). Estos actos propios de la justicia traen como consecuencia la paz. Eso es lo que describen los últimos versículos del pasaje.

Isaías 11.6-9 se conectan a Isaías 65.15a-25 con el cuadro del mundo animal que vive en paz y armonía: animales carnívoros conviven con los herbívoros. Pero Isaías 11 ofrece un elemento nuevo, la presencia del niño: en la figura del bebé a quienes los animales no hacen daño, en la figura del pequeño niño (na‘ar qaton) que se convierte en «pastor» y guía de todos esos animales. Con el niño, figura del nuevo Adam, se recobra el paraíso, se supera Génesis 3, y se afirma que hay esperanza para la humanidad. Dios ha elegido en el niño al modelo de guía para su sociedad soñada, para su proyecto de justicia y paz.

En realidad, el profeta Isaías (7.14; 9.6-7; 11.6-9) describe a la comunidad mesiánica desde la perspectiva infantil, un mundo visto con ojos infantiles. Ese mirar al mundo de una manera subversiva que no se contenta con aceptar que la vida en este planeta sea definida por las guerras, la violencia, la exterminación del ecosistema, la injusticia y la opresión. Es el mundo de la armonía, la paz, la igualdad y la libertad total. Su líder es un niño y la visión que gobierna es la infantil.

Cuando Dios definió la era mesiánica, la vislumbró como nos la pinta el profeta Isaías, y la empezó a hacer realidad con la encarnación: Emanuel, ¡Dios-con-nosotros!

El proyecto salvífico del Nuevo Testamento, donde se plantea la acción salvadora de Dios en favor de la humanidad y del mundo, inicia con la declaración plasmada por el profeta Isaías: ¡Un niño nos es nacido! El anuncio del mensajero celestial en Lucas se expresa así:

No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un establo. (Lc 2.10-12, DHH)

¡Qué paradoja! El Mesías, salvador del mundo, está presente con nosotros en la persona de un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Para Lucas y Mateo, el evangelio de salvación empieza con Dios niño. ¡Qué cosa más tremenda! El hecho de que el Dios eterno, todopoderoso, Señor del universo, decidiera irrumpir en la historia humana como niño se convierte en declaración teológica de cómo definir, de principio a fin, el proyecto salvador de Dios. Porque Dios decide hacerse humano y presentarse ante nosotros como niño, y presenta ante nuestros ojos al reino mesiánico desde una perspectiva infantil. Estos dos elementos, al principio y al final de la encarnación, deben considerarse seriamente al definir y entender cada componente del Hecho de Cristo. El ministerio, la pasión, la resurrección y la venida gloriosa de Cristo no pueden apropiarse cabalmente si no se miran desde los ojos del niño que abre y que cierra el drama redentor en el que Cristo es protagonista principal.

En relación con esto, no dejan de tener un peso enorme las palabras de Jesús: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños (Mt 11.25, RVR-60). Al invitarnos a formar parte de su proyecto social y de un nuevo mundo, Dios nos invita a hacerlo «declarándole la muerte» (así como hizo con los dioses del Salmo 82) a los adultos, a aquellos que solo conocen como opción de vida las estructuras ya añejas y opresoras de estos sistemas económicos y sociales que hoy imperan. En efecto, en Jesús, Dios hace a un lado a los adultos y les pide que abran espacio a los niños:

Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrara en el (Mc 10.14-15, RVR-60).

El mundo de justicia y paz que Dios vislumbra, es un mundo donde los niños dejan de ser objeto de abuso, maltrato, marginación y explotación, pero, sobre todo, se convierten en «pastores» y guías de la nueva sociedad. Es casi imposible hablar del liderazgo infantil y dejar de lado el juego, la risa, el gozo y la alegría. Si Jerusalén se va a llamar «alegría» y el pueblo «gozo», será necesario darles el espacio a los niños para que ellos nos guíen en el juego divino.

Dios nos invita, con los niños, a celebrar alegre y festivamente el don gracioso que Dios da, en plenitud, a su pueblo. La conjugación de la celebración festiva y la participación activa en la transformación de la sociedad, proveen una dinámica creadora en la que Dios nos convida a jugar con Él, para el beneficio del desvalido y vulnerable. Es un juego en el que quien ha acumulado muchas «fichas», en los juegos no divinos, deberá ir perdiéndolas para que los jugadores carentes de «fichas» terminen poseyéndolas. Es el juego de la solidaridad y la liberación. Es un juego que no gusta a los que tienen mucho y están «arriba», pero que celebran y aplauden los de «abajo».

En esta perspectiva, no solo es necesario recobrar el espíritu festivo, sino cambiarlo de orientación: Dios nos invita a celebrar fiestas en las que los que no tienen el poder, ni los privilegios, ni las riquezas, tengan la ocasión de criticar, desenmascarar y enjuiciar a los poderosos. Pero, a la vez, que tengan la oportunidad de ofrecer opciones de vida, novedosas, «locas», «absurdas», que parece ser las más queridas de Dios: «Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios … Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; más para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios» (1 Co. 1.18,23-24).

Para la reflexión

Si los cristianos el día de hoy, se apropian del proyecto divino presente en Isaías, varios son los desafíos presentes aquí. Todos estos desafíos se presentan para la Iglesia no como macro sociedad, sino a individuos y comunidades eclesiales locales.

El primer desafío es el de la solidaridad. Es decir, los que se unen a otros para detener las muertes prematuras y lograr justicia en el trabajo y las posesiones, lo hacen no por la buena voluntad o la generosidad (resultado de «tener algo que compartir», sino por la compasión. Ese sentir de Jesucristo que lo llevo a sanar y a alimentar a los necesitados, no porque lo tenía todo, sino porque siendo como aquellos, se solidarizó y dependió de la bondad del Padre. Los que viven circunstancias similares se solidarizan, no los que tienen de sobra.

En segundo lugar, tenemos la celebración festiva o adoración. Al respecto es importante lo que dice Harvey Cox:

Me ha dado cuenta de que existe una brecha innecesaria entre 1os transformadores-del­-mundo y los celebradores-de-la-vida… yo quisiera ver desaparecer esa brecha. No existe razón alguna para que los celebradores-de-la-vida no se involucren para lograr cambios sociales fundamentales. Y los transformadores-del-mundo no tienen necesidad de ser tan serios y ascéticos. San Francisco, el santo cristiano que más afirmó la vida, fue un revolucionario de corazón. Carlos Marx soñaba con un mundo en el que el trabajo se convertiría en una especie de juego. A fin de cuentas, los radicales sedan más efectivos si, de tiempo en tiempo, se dieran permiso para vivir como si todas las cosas por las que luchan fueran ya una realidad. Los teólogos podrían llamarle a esto «liberación proléptica»2

En tercer lugar, necesitamos aliarnos con los «otros» que en el mundo han hecho suyo el proyecto divino. Es decir, al decir de Hans Küng, para que haya paz en el mundo, necesitamos un proyecto de paz mundial en el cual la iglesia no es ni sierva ni señora, sino aliada.

Finalmente, se nos da el desafío de seguir el modelo divino en el que los niños se convierten en líderes del proyecto de Dios: El reino de los cielos es de los niños, y de los que son como ellos. ¿Qué implicaciones tiene esto para hoy?


Dr. Edesio Sánchez Cetina
Natural de Mérida, Yucatán, México, hijo del pastor Edesio Sánchez, de larguísima trayectoria en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM).
Obtuvo la licenciatura en teología en el Seminario Bíblico Latinoamericano (SBL, Costa Rica) y en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, así como el doctorado en Antiguo Testamento en el Seminario Presbiteriano Unión, de Richmond, Virginia,  con una tesis sobre el libro de Deuteronomio que se convertiría en su especialidad.

Referencias:

[1] Israel: Its Life and Culture, I-II, Geoffrey Cumberlege, London, 1926, p. 480.

[2]The Feast of Fools: A Theological Essay on Festivity and Fantasy, Harper & Row, publishers, New York, 1969, p. x.

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